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Día 1 en Estambul, hoy he conocido la hospitalidad turca

En la calle no deja de llover, como lo ha hecho durante todo el día, pero ya estoy en el hotel tras haber pasado dos horas en un pequeño restaurante de barrio para gente local. Hemos pedido un plato de arroz con garbanzos muy típico de aquí que nos ha costado tan solo 1 euro y que sabía a comida casera, de la rica. Hemos compartido mesa con un marinero turco que ha recorrido el mundo a bordo de un barco, conociendo América, Canadá, Asia y África. Él ha sido nuestro traductor para entender al dueño del restaurante cuando nos ha ofrecido un té gratis, nos ha enseñado su bonita ciudad natal en fotos y nos ha invitado a visitarla. Tras una hora ha llegado el segundo té, y la conversación no había acabado cuando su hermano ha llegado con kebab para ellos, que han partido en trozos y también lo han compartido con nosotros. Cualquiera que llegaba al restaurante, le trataban como si fuera de la familia. Me ha encantado ver como es la comunidad, como se cuidan y poder formar parte de ella por unas horas.

Así ha terminado un día en el que me he dejado sorprender por Estambul, sin mapas ni guías, sin Internet, sin visitas a sitios turísticos… Tan solo he caminado durante horas bajo la lluvia. He cruzado el puente que separa Asia de Europa y me he encontrado con decenas de pescadores.

Mi camino me ha llevado a encontrarme de frente con el Gran Bazar, a pasar horas recorriéndolo perdiéndome en cada pasillo y sorprendiéndome no solo con lo que venden, sino con como lo venden. Es increíble pensar que hace cinco siglos ese lugar no era tan distinto a como lo es hoy.

Además he tenido la suerte de verlo sin demasiados turistas, muy diferente a las fotos y vídeos que había visto antes de venir. Allí he probado por primera vez los dulces turcos (baklava), y han sido mi pausa necesaria en ese caos organizado acompañados de un té.

Mis pasos me han llevado a un barrio sin turistas, en el que los hombres juegan a las cartas en el salón de té mientras las mujeres hacen la compra.

Caminando se ha hecho de noche, y la luz de una mezquita preciosa iluminada me ha atraído a su interior. Y aunque no he podido entrar, sí lo he hecho a la tumba del sultán que descansa a su lado. Por primera vez en el día he tenido que cubrirme la cabeza para entrar y ponerme una falda que me han prestado.

Y el final de mi día, eso ya lo sabes, porque mi historia de hoy no merece empezarse por el principio.

Empecé mi día en la parte Europea de la ciudad, la zona moderna llena de locales hipsters, y lo he terminado en la más antigua y auténtica tras recorrer sus calles dispuesta a llenarme la retina de “diferente”, porque eso es precisamente Estambul, una ciudad distinta a todo lo que he conocido hasta ahora.

Estas han sido tan solo mis primeras 24 horas, mañana saldré otra vez dispuesta a conocer la ciudad y a su gente que de momento ha sido la más hospitalaria que me he cruzado en mis viajes.

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