Hace 17 días que llegué a un pueblito de Polonia de 15 habitantes, que tras buscarlo en Google Maps parecía estar en el medio de la nada, con la mochila cargada de curiosidad sobre cómo sería mi primer workaway.
Iba a pasar las siguientes semanas trabajando como voluntaria en una escuela de educación no convencional tratando de enseñar español y a cambio me alojaría con una familia del colegio. En ese momento no tenía ni idea de qué iba a pasar, ni de cuánto me iba a aportar esa experiencia, ni tampoco de lo vacía que me iba a sentir cuando terminara…. Hoy estoy triste, ya no voy a tener a una niña de dos años a la que dar las buenas noches, ni a un niño adorable de seis al que decir “good night”. Ya no me quedaré con los padres charlando después de cenar, ni comentaremos como ha sido el día en la escuela. No me dormiré en la bonita habitación con piano, columpio y violonchelo con vistas al jardín que ha sido mi hogar. Y mañana no me despertaré con el ruido de su día empezando, no desayunaremos en familia pan recién hecho ni prepararemos el almuerzo para la mañana.
El tiempo ha pasado rápido y prácticamente desde el primer día dejé de ser una extraña en una casa llena de desconocidos, para sentirme una invitada especial en su hogar.
Mi rutina consistía en levantarme, desayunar en familia e ir en coche a la escuela. La escuela ha sido creada por un grupo de padres que ha elegido educar a sus hijos en casa, pero de un modo social. Por eso han creado este colegio en el que los niños conviven con voluntarios de todo el mundo, y tienen un sistema educativo diferente en el que se fomenta que sean los pequeños los que elijan qué quieren estudiar y cómo quieren hacerlo. El primer día la idea me pareció un caos, pero al poco tiempo descubrí que esa educación ha hecho que sean niños cariñosos, independientes, abiertos, valientes, capaces de comunicarse en inglés, y que han formado una comunidad en la que se protegen unos a otros como una gran familia.
Más que enseñarles mucho español, creo que he aprendido yo de ellos. No me han enseñado únicamente las pocas palabras que se decir en polaco, sino también lo rápido que es cogerles cariño a unas personitas que se abrieron a mi desde el primer día. He jugado con ellos al ajedrez y a construir, hemos pintado, hemos ido de excursión a un laboratorio y a un minizoo, hemos plantado árboles, hemos visitado una feria científica, montado en teleférico, jugado al fútbol y recogido manzanas de los árboles del jardín del colegio… Cada día ha sido una pequeña aventura con distintos protagonistas que no voy a olvidar nunca.
Cada uno de ellos se ha quedado con un pequeño espacio en mi corazón: Viktor y su hiperactividad que aunque no hable ni una palabra en inglés me abrazó el último día muy fuerte con el idioma universal del cariño, Enter y su sensibilidad extrema que me pidió que me quedara y me regaló un dibujo de mi animal favorito, el duro de Philip que aunque a veces sea el que empieza las peleas también me regaló un dibujo demostrando que no es tan duro como parece, Miłoz y su cara de pillo pero su generosidad que hizo que un día casi se quedara sin comer por compartirlo todo, Marcel y su dibujo de nuestra partida de ajedrez y su “I like you”, Machek y su inseparable scooter, Franek y su inteligencia combinada con picardía, Mathi que a pesar de que a veces no se porte bien otras se sentaba en mis rodillas buscando cariño como cualquier otro niño, Kuba y sus dificultades para integrarse que no le impedían seguir sonriendo cada día y sorprendiendo con su capacidad para aprender, las pequeñas Helenka, Hania y Martha que no necesitan hablar para cogerte de la mano y llevarte a jugar…
Y como no mis especiales “compañeros de piso”. Bruno, un niño dulce y listo siempre dispuesto a ayudar a los demás en el colegio y que trata a Sara su hermana de dos años con cariño incluso cuando le muerde; porque la pequeña “traicionera” (así la bautizaron los voluntarios argentinos que vivieron con ella seis meses) es un terremoto dentro de un cuerpo de angelito rubio precioso de ojos azules. Solo sabiendo cuatro palabras he podido jugar con ella durante horas sin hablar polaco porque ella no lo habla aún, ni yo tampoco.
Ya les echo de menos a todos y hace tan solo unas horas que les vi por “última vez, despedirme ha sido sin lugar a dudas el momento más duro de este viaje. No he podido evitar que se me saltaran las lágrimas al tener que decir adiós al que ha sido mi hogar en las últimas semanas, a la rutina que me hacía feliz y me llenaba de energía positiva, y sobre todo a las personas que me han abierto su casa y su corazón.
Espero que el destino me vuelva a poner algún día en su camino, que pueda volver a verles y, aunque son niños y seguramente me olvidarán pronto, yo sí que me acordaré siempre de ellos….
Conclusión de mi workaway, es la mejor decisión que pude tomar, soy feliz de haberla vivido y aunque hoy me invada la tristeza, en mi mochila que llegó cargada de curiosidad se vuelve llena de experiencias, bonitos recuerdos, amistad y cariño.
Nota: cualquier parecido de los nombres de los niños con la realidad es pura coincidencia, escribir nombres en polaco es muy difícil, así que los he puesto como buenamente he podido.
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