“Lo bueno es el peor enemigo de lo mejor”, esa frase escrita en la mejor de mis caligrafías era la principal decoración de una habitación de dos metros cuadrados en la que tenía todo lo que necesitaba. Mi pequeño universo se componía de una cama de ochenta centímetros, una mesilla con dos cajones, unas perchas en las que colgar mis uniformes y un pequeño espejo...