En mi última visita a la capital alemana pude descubrir un lugar que subió directamente a mi lista de favoritos por la historia que le precede y el placer que supone poder caminar o andar en bici por unas pistas de aterrizaje que vieron despegar a cientos de aviones.
Berlin-Tempelhof en el pasado
El edificio más grande del mundo hasta la construcción del Pentágono en EE.UU., fue el escenario de la primera exhibición aérea de la historia se convirtió en aeropuerto oficial en 1923. Tres años después vio nacer a la aerolínea Lufthansa.
Pero el momento en el que Tempelhof cobró más importancia fue tras la II Guerra Mundial, cuando el ejercicito estadounidense tomó su control. La URSS tenía bloqueada la zona estadounidense por tierra, y su salvación llegó por el aire. 1.400 vuelos diarios se encargaron de hacer llegar alimentos a los ciudadanos de la zona americana de Berlín.
Tras la caída del muro empezó su propia caída en picado. Se reconvirtió en un aeropuerto comercial y empezó a generar pérdidas millonarias que obligaron a su cierre.
De aeropuerto a parque
En 2010 Berlín decidió darle un nuevo uso a las 380 hectáreas que ocupaba Tempelhof convirtiéndolo en un parque que pudiera ser disfrutado por todos los berlineses. Y eso es justo lo que es hoy, un lugar en el que se puede pasear por el pasado, sentarse en las antiguas pistas de aterrizaje, caminar por ellas, patinar o andar en bici o simplemente tumbarse en uno de sus bancos a visualizar uno de los atardeceres más bonitos de la ciudad.
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